Seis años después vuelven a encontrarse defendiendo intereses comunes. El tándem Saiz-Piccinini nos tenía tan acostumbrados al cruce verborrágico de acusaciones, que casi habíamos olvidado ese pasado reciente donde se defendían y se protegían mutuamente.
A comienzos del año 2006, el equipo Saiz-Piccinini todavía proponía, en armónico acuerdo, que se aumentara el número de integrantes del Superior Tribunal de Justicia. Luego vino lo que todos conocemos, las acusaciones de la mujer que se erigió en la voz justiciera, único parámetro de verdad y justicia. Y así comenzó a golpear al régimen que tan bien conocía, pegando precisamente allí… donde dolía.
Los ciudadanos, espectadores atónitos de este juego, quedamos subyugados por esa figura que prometía cambiarlo todo, denunciarlo todo, vengar a las víctimas del régimen del que juraba ya no ser parte. La gran traición de Piccinini le costó caro al régimen, pero a ella la premiaron con una banca de legisladora que le dio continuidad al púlpito desde el cual comenzó a golpear, pero ahora con un nuevo objeto de odio. El caballo de Troya ya estaba dentro de la fortaleza y comenzaba a esparcirse el daño.
Muy poco tiempo pasó, y ya Saiz y Piccinini vuelven a evidenciar su alianza. En una situación muy desmejorada, claro está. Saiz sólo pudo exhibir una exigua fuerza de tres legisladores que ni siquiera se quedaron a votar en el recinto y tristemente optaron por una ausencia injustificada. Por su parte, la «socia» también está en decadencia. Pierde espacios, lidera un mini bloque que la desprecia y pierde credibilidad vertiginosamente ante las evidencias de sus contradicciones históricas. Sin embargo, poco a poco se conforma, porque, por lo menos, todavía tiene fueros.
Aunque Piccinini lo niegue rabiosamente, muchas cosas están cambiando en esta provincia: la policía tiene un jefe civil que no ampara el abuso ni la corrupción de sus agentes; los derechos de las mujeres son consagrados en la Legislatura con leyes que durante años no contaban con el aval político para ser sancionadas; el Estado se va ordenando económica y financieramente con cada vez mayor capacidad para dar respuestas a los reclamos ciudadanos.
Los tiempos son otros. Los ciudadanos prefieren recibir al gobernador en sus ciudades y pueblos, y dialogar con él para buscar soluciones reales a los problemas concretos. Alberto Weretilneck interpreta cabalmente el espíritu de los tiempos, por eso, a pesar de haber sido electo vicegobernador, en poco tiempo la ciudadanía lo hizo gobernador.
De esta manera, se erige el dogma que nos motiva: «después de la tragedia, la reconstrucción. Después de la caída del régimen… la esperanza».